El desplazamiento de la concepción de «educación como derecho» a «educación como mercancía», y el cambio de concepción de la «inter-cooperación universitaria» por un modelo de «competitividad», no sólamente supone el crecimiento de las desigualdades entre estudiantes en el acceso a los servicios educativos: también supone un incremento todavía mayor en el stress y la ansiedad que causa el «reconocimiento», el «éxito», la «superación» y toda una serie de vocablos que responsabilizan del fracaso escolar única y exclusivamente al estudiante.
El sistema de «rankings universitarios», la «diversificación curricular», etc., todo ello desde la perspectiva del capital que invierte en las Universidades y saca beneficios (clasificaciones conforme a la rentabilidad) esconde la clasificación negativa de aquellas y aquellos que no cumplan los «objetivos»: estarán las Universidades de 2ª, las titulaciones «inútiles», aquellos y aquellas que «no terminan a tiempo», etc. La configuración de la Universidad como producción de mercancías (servicios educativos vendibles y estudiantes cualificados) en un marco de competitividad es la producción del fracaso, precisamente para retro-alimentar el sistema de éxito: si los mejores llegan, quiere decir que los peores se quedan fuera. Y la exclusión del reino de las titulaciones, como ya anuncian los propios responsables del Ministerio de Educación, tiene que ver con el pago de un Master, con el pago de un Postgrado, con el pago de los créditos universitarios (con un 4% de interés) que ya empieza a ofertar los bancos con convenio en la Universidad…
Esperemos que los disparos de Virginia o la tasa de 1100 suicidios en los campus estadounidenses haga reflexionar hacia qué modelo educativo nos encaminamos… o mejor dicho, hacia qué modelo nos encaminan.