“Nadie quería darse cuenta de que, al ahorrar tiempo, en realidad ahorraba otra cosa. Nadie quería darse cuenta de que su vida se volvía cada vez más pobre, más monótona y más fría…”
“Momo”, Michael Ende
Los “banqueros del tiempo”, aquellos a los que Momo temía, aquellos que le arrebataron a sus amigos, a su barrio y a su gente por ser auténticos “derrochadores de tiempo”, se han apoderado de la Universidad de La Laguna. No basta, pues, estudiar en la Universidad y aprobar las materias para sacar un título: hay que sacarlo, además, a tiempo.
En su deriva neoliberal, no es de extrañar que la Universidad acometa tal reforma: el paso de la universidad de masas a una universidad-mercado, a una universidad de élite, exige tal sacrificio colectivo. De la misma manera que aquellos que no pueden pagar un crédito a plazo son irremediables morosos a los que expulsar del mercado y señalar en listas como “malos pagadores”, habrá que señalar a aquellos que, no cumpliendo con el “préstamo” de tiempo que realiza la Universidad, enseñoreada ahora con el título de Dios-Cronos, sancione a aquellos y aquellas que se salten el cumplimiento de la asignatura en plazo.
Es, pues, el establecimiento pleno de la Universidad-mercado: el sentido de la responsabilidad social y el acto del conocimiento como un acto colectivo, crítico, dialogado, sigue ahora el canon del individualismo, el pragmatismo y la falta absoluta de solidaridad. De la misma manera que los bancos no conceden créditos a los clientes sin capital, la Universidad no otorgará tiempo a aquellos estudiantes con mayores dificultades de compatibilizar trabajo y estudio, o con problemas en casa o, simplemente, que requieran mayor cantidad de tiempo para sacar las materias.
De lo que cabe inducir que de la misma forma que en los parámetros de la sociedad neoliberal hay dos perfiles de “buenos” y “malos” ciudadanos -los primeros los ciudadanos con “éxito económico” y los segundos los “fracasados sociales”, “cargas para el Estado” como son jóvenes embarazadas, ancianos insolventes o desempleados de larga duración, caracterizados como “vagos” e “indolentes”-, en esta Universidad neoliberal se establecerán también ambos parámetros: los estudiantes “exitosos”, aquellos que realizan el ejercicio abulímico-académico de tragarse las materias y vomitarlas en el examen a tiempo; y aquellos “fracasados” que, al tener que estudiar y trabajar a la vez, al tener que repetir asignaturas o al no poder matricularse de todas, o, simplemente, al hacer el ejercicio crítico de una lectura a conciencia, deberán ser expulsados del espacio académico, como “morosos del tiempo”, como la unívoca calificación de “holgazanes”.
Se puede concluir, pues, que la Universidad se coloca de esta forma en la cúspide de la (contra)reforma social que exigen los “nuevos tiempos”: un estudiante sumiso, acrítico y que no es capaz de cuestionar el orden social existente es el perfecto trabajador del futuro. Para ellos y para ellas se establecen las reformas laborales del presente: despido barato, trabajos parciales y precarios, son la guinda de una futura trabajadora o un futuro trabajador que debe a la Universidad la adaptación a ese medio “altamente competitivo y dinámico” cuyas ganancias, empero, son para los Bancos, únicos dueños de un tiempo a los que la propia Universidad vende sus egresados en forma de cualificada carne de cañón “empleable”.
Para los que pensamos que “Otra Universidad es Posible”, y por tanto, “Otra Sociedad es Posible”, rechazamos esta normativa que degrada no solamente la enseñanza universitaria como acto de conocimiento crítico, sino que niega, de facto, el derecho a decidir sobre la propia organización de estudios a los propios estudiantes, sujeto vivo y para el que funciona realmente la institución universitaria. Niega, sobre todo, el derecho de estudio a los trabajadores que han decidido acudir a la Universidad a perfeccionarse y a aquellos estudiantes de rentas más bajas que para poder vivir tienen que trabajar en empleos miserablemente pagados y no pueden matricularse de todas las asignaturas. Tampoco se contempla a las madres o padres que cuidan a sus hijos, a estudiantes con problemas en la casa o, simplemente, a aquellos que simplemente necesitan más tiempo para sacar las materias.
En definitiva: esta normativa que se pretende imponer se arroga el derecho a decidir sobre nuestras vidas, sobre cómo manejar nuestro tiempo. Como el resto de pensamiento neoliberal, simplifica la realidad y las contingencias que existen en la vida en beneficio, como no, de los de siempre: ya sea en forma de élite económica o intelectual. La vida y la realidad son mucho más ricos en variedad e, incluso, en felicidad, frente al futuro de “frustrados” y “fracasados” al que nos envía un modelo de Universidad elitista de manufactura “made in USA”, que incluso se adjudica el dominio no solo de nuestra formación, sino, además, de nuestro tiempo presente y futuro.
“El tiempo es vida y la vida reside en el corazón. Y cuanto más ahorraba de esto la gente, menos tenía”
(Michael Ende: “Momo”)
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