12 de diciembre de 1977
Cada 12 de diciembre se cumple un nuevo aniversario del asesinato del estudiante Javier Fernández Quesada. El 12 de diciembre de 1977, Javier caía abatido en el hall del edificio del Campus Central de la Universidad de La Laguna.
El reverso de la memoria es el olvido. Nosotros nos negamos a olvidar. Recordar a Javier es un acto de dignidad y de resistencia:
Cada 12 de diciembre Javier Fernández Quesada sigue muriendo a manos de la Guardia Civil. Javier fue asesinado el 12 de diciembre de 1977. Javier murió golpeado por una bala. La bala que mató a Javier Fernández Quesada fue disparada por su asesino. No fue un golpe metafísico, extraño al mundo, el que mató a Javier. Fue un golpe mundano el que segó para siempre su vida. La bala partió del arma de su asesino. El hombre que mató a Javier Fernández Quesada vestía de uniforme. El asesino recibía órdenes. Las órdenes las daban políticos que también tienen nombre. Hay muchas cosas en la muerte-asesinato de Javier Fernández Quesada que se escapan de lo puramente casual. La casualidad tiene sus mártires y sus asesinos. NI OLVIDO NI PERDÓN.
AMEC, 12/12/2012
Fragmento de “El sumario Fernández Quesada ¿una Transición modélica?”
La Universidad se cierra a piedra y lodo
[Declaración ante la Comisión de Encuesta de Antonio Bethencourt Massieu, rector de la Universidad de La Laguna entre los años 1974 y 1980]
La situación que se estaba viviendo en la Universidad le preocupa tanto que trata de contactar, primero, con el gobernador civil y le dice: “vamos a hacer lo del día anterior, porque si seguían allí dentro no podríamos cerrar la Universidad y aquello podía terminar mal”. El gobernador le expresa que era muy difícil conectar con los mandos de las Unidades Especiales, pero que, de todas formas, lo iba a intentar.
Al no quedar tranquilo con la respuesta del gobernador llama al director general de Universidades y al ministro de Educación y Ciencia. Con ninguno de ellos logra hablar. Lo hace, al fin con el secretario de Estado para la Universidad, González Seara, con el que mantenía cierta amistad, y le contesta que lo hablaría con Martín Villa. Poco después el mismo secretario de Estado le confirma que las órdenes ya estaban cursadas.
Sobre las 22:30 la paz se restableció en aquel recinto universitario. Entonces, el decano de la Facultad de Derecho, Manuel Morón Palomino, y él suben a la azotea, recorren el paraninfo, los sótanos, y al ver que no había nadie aprovechan para cerrar la Universidad “a piedra y lodo”.
Al día siguiente, temprano, se pone en contacto con los representantes de los partidos políticos, con algunas centrales sindicales y, una vez más, con el gobernador y, acuerdan, en vista de la violencia del día anterior, suspender el funeral previsto en la Catedral para aquella tarde, a fin de evitar una nueva concentración y, por tanto, más enfrentamientos con las FOP.
No será hasta el mes de enero cuando se celebre, en la capilla universitaria, el funeral de Javier.
El rector adopta, además, otra medida que consulta con muy pocas personas y fue la de cerrar la Universidad ya que faltaban pocos días para las vacaciones de Navidad. “Después de las vacaciones la gente vendría más calmada”.
Esto es secreto y no va a tener trascendencia al exterior
(fragmentos para la historia de la infamia)
Cuando Bethencourt declara ante la Comisión de Encuesta no lleva ningún informe por escrito, su declaración oral es bastante larga y, además, le aseguran que ciertos comentarios no van a reflejarse en las actas.
El hecho cierto es que, a pesar de la promesa que se le hizo de guardar secreto y de que sus confidencias no tendrían reflejo documental, las actas recogen todo lo que el rector pretendía que fuera con sigilo.
Es el diputado socialista Fajardo Spínola el que le pregunta sobre la personalidad del fallecido y el rector informa, entre otras cosas, que era hijo de una compañera suya de bachillerato. Que eran cuatro hermanos. Javier estudió primero Medicina y luego le contó a la familia que los médicos ganaban demasiado y que él era un hombre generoso y se pasaba a Biológicas. La verdad es que, suspendió cinco convocatorias y por eso se cambió a Biológicas. Había aprobado algunas asignaturas de primero, pero no las suficientes para poder pasar a segundo. En ese momento no estaba, se podría decir, matriculado pues esperaba que se abriera la convocatoria para alumnos libres porque tenía menos del 50% de asignaturas aprobadas y no se podía matricular oficialmente en el curso siguiente.
Parece que era más bien ecologista, amante de la naturaleza y que tenía problemas con las drogas […] no me gusta entrar a hacer juicios de valor sobre estas cosas. No soy especialista pero considero que puede ser esto una mera hipótesis. Casi sería mejor contárselo a ustedes, pero que no constara en acta si es posible.
“Para tranquilidad del señor rector, esto es secreto y no va a tener trascendencia al exterior”, le promete el diputado de UCD Martínez Villaseñor:
Yo me pregunto [prosigue el rector] por qué es este chico el que cae. Pienso que a lo mejor puede haber ocurrido -no consta en la autopsia, no lo han detectado, porque no conocían sus antecedentes- que en ese hostigamiento a las FOP, enfrentamiento o como lo queremos llamar, si este chico tiene alguna dosis de droga dentro del organismo, puede que pierda el sentido de la realidad y que se quede el último. Piensa, quizás, que él solo con cinco piedras, primero descalabra a uno y luego a otro, porque está fuera de la realidad. Es como el que pierde el sentido de la gravedad y salta por la ventana para pasar a ver a Mariquita la de enfrente. La verdad es que se pega el trastazo porque la ley de la gravedad siempre funciona.
Burgos, R. “El sumario Fernández Quesada. ¿Una transición modélica? Idea, Santa Cruz de Tenerife, 2008. pp. 83-86
Algunos han creído que era suficiente con consensuar el dolor frente a la perdida de una vida en circunstancias terribles. Para algunos rechazar la muerte del joven estudiante, como muerte innecesaria, fruto de la contingencia de un día “gris” o de la casualidad -esa ruleta bastarda que es el destino-, puede ser lo adecuado. Leer un poema y un minuto de silencio, un minuto de consenso democrático, de estremecimiento calculado y de breve ternura. Para algunos, eso es lo justo. Otros, los más exigentes, tratarán de reconciliarse con el recuerdo, tratarán de “fijar la memoria” a la manera de ejercicio inútil en el que solo se consigue desnaturalizar al “héroe” caído. La distancia y la imaginación jugarán en su contra. Aunque la consigna sea no olvidar, la ritualización del recuerdo convierte el dolor en ejercicio militante sin “alma”. En esa necesidad de salvar la distancia temporal, ahora que ya no se pueden detener las balas, se produce una extraña reconciliación con la muerte, lo innecesario se convierte en necesidad, y el caído en un motivo iconográfico, una cáscara vacía que ya no puede conmover ni movilizar. En suma, no se consigue ejercitar un movimiento colectivo y general que reivindique la historia como nuestra historia colectiva. No se logra un sentimiento mayor, con la suficiente fuerza, y el recuerdo es algo que muere a la espera de otro aniversario.
Pero, pese a todo, necesitamos recordar a Javier Fernández Quesada, recordar para pedir justicia, para romper el círculo de la infamia. Recordar para que la impunidad de la historia no oculte a sus asesinos, a los que dieron las órdenes y a los que han enterrado la verdad a lo largo de 34 años, esos también lo mataron.
AMEC, 12/12/2011