Germánico Álvarez Rodríguez*
La tormenta –financiera- perfecta, originada en los USA, lleva desde 2007 tronando con una furia incesante e incontrolable. Esta ira de los nuevos divinales seculares; los mercados, parece inaplacable e inconsolable. A la usanza de los antiguos griegos, que sacrificaban cientos de bueyes para conjurar las grandes catástrofes, ritual que ellos denominaban hecatombe, nosotros también desatamos nuestra propia hecatombe arrojando a las fauces insaciables del ente nuestro patrimonio público y común: el Estado del Bienestar, un contrato social fruto de siglos de cruenta y heroica lucha de la clase obrera, una prebenda arrancada duramente de las garras del capital, el único trato justo- aunque no el definitivo- que se puede aceptar a cambio de ejercer como mano de obra asalariada en el sistema capitalista. Es ese contrato social, hijo predilecto del más noble proyecto emprendido en Europa, la Ilustración, el objetivo último de la campaña de terror y pavor planificada y ejecutada desde los santuarios del dinero y el poder.
La doctrina del shock, vil y retorcida estrategia basada en la amenaza y la generalización del miedo como medio para lograr la sumisión de las masas está cumpliendo su cometido con una eficacia desalentadora. Millones de personas aceptan su suerte y se resignan a ver cómo les roban todo su patrimonio en las narices; “Es esto o el caos” nos dicen, el caos que nunca llega, que siempre parece inminente. Esta argucia es vieja, en tiempos de la iglesia nos amenazaban con el infierno si no consentíamos en actuar como buenos y dóciles cristianos. El poder entiende a la perfección que es el miedo el método de control definitivo. El miedo, irracional y abstracto en si mismo, actúa a nivel cerebral en nuestro substrato más básico y animal, desterrando en el proceso cualquier atisbo de razón o lógica, la adrenalina se extiende por nuestro torrente sanguíneo induciéndonos al pánico, a la huida o la búsqueda de protección. Y he aquí que el poder nos ofrece su protección, tan solo a cambio de nuestra obediencia; el círculo se cierra.
El capital continental europeo necesita, en un mundo salvajemente capitalista y sin contrapeso comunista, deshacerse del lastre socialdemócrata si quiere sobrevivir a la gran carrera de ratas que es la globalización. Sus competidores corren libres de tal lastre. Estos días asistimos a acontecimientos supuestamente cruciales para la supervivencia del euro, al borde del despeñadero día si y día también. Me atrevo a especular que en los próximos días se dará un atrevido-y calculado-paso adelante de los líderes europeos anunciando la tan buscada unión bancaria y fiscal. Los mercados, eufóricos, aplaudirán la medida, el acoso contra España e Italia cesará. Será el principio del fin de la crisis, una luz en la oscuridad, un refugio en medio de la tormenta, un consuelo para una sociedad europea atenazada por el miedo a algo que no pueden ver ni sentir. Pero claro, a cambio serán necesarias medidas de “crecimiento a corto plazo y austeridad a largo plazo” en palabras de un alto funcionario estadounidense asistente a la última reunión del G20. Es el réquiem al Estado del Bienestar y los derechos de la clase trabajadora en Europa, el inicio de una larga era de oscuridad, pobreza y represión, la misma que conocen en el tercer mundo desde hace décadas.
Ellos crearon el problema y ahora nos dan la solución, que será aceptada por la mayoría en cuanto el dinero- migajas para nosotros- vuelva a fluir, desactivando y deslegitimando automáticamente cualquier postura de disensión. “¿Era trabajo lo que queríais verdad? Pues aquí lo tenéis, y menos quejarse que nadie da duros a cuatro pesetas”, solo que ahora el fruto de nuestro trabajo no repercutirá en nuestra protección social sino que irá directa a los bolsillos del gran capital financiero, viéndonos reducidos a la condición de neoesclavos de ésta, la primera dictadura global del planeta. El círculo se cierra.
*Germánico Álvarez Rodríguez es colaborador de www.amec.wordpress.com
Fotos: A.L.G.N